Problema y oportunidad en el sistema judicial

07 de noviembre, 2021
Menos de tres meses han sido suficientes para que el equipo multidisciplinario de la Dirección General del Consejo de la Judicatura, pueda constatar que el verdadero problema del sistema de justicia -si tal sistema existe-, es la falta de gestión y no únicamente falta de recursos como pretenden sostener algunos funcionarios. Si hablamos de fecha de nacimiento, la radiografía institucional nos remitiría a una partida que data de ayer, pese a que tiene muchos años de existencia, lo que es herencia de las administraciones anteriores y no del actual Pleno, cuerpo colegiado que debe tomar decisiones importantes como, por ejemplo, lo es la designación de Directores o Subdirectores Nacionales.
La afirmación anterior, se evidencia en los informes o propuestas presentadas por el equipo técnico de la Dirección General al pleno del Consejo de la Judicatura en los primeros dos meses de gestión, tales como: Diagnóstico o Estado Situacional de Planta Central y necesidad de establecer procesos ya que no se puede controlar lo que no está escrito y aprobado, implementando además un sistema de gestión de calidad; Mejoras a la Guía Metodológica para Seguimiento de Proyectos Emblemáticos para sincerar los porcentajes de avances; Organización de Despacho de Dirección General en el marco del Estatuto de la entidad que fortalece el rol que deben tener las Direcciones Nacionales; Visita Técnica a las Unidades Judiciales de Guayaquil; Visita Técnica a la Dirección Provincial del Azuay; Visita Técnica a la Dirección Provincial de Manabí y, específicamente, ejecución de obra del Palacio de Justicia de Portoviejo; e, Informe Trimestral de Gestión. Con esos insumos, el Consejo tiene una oportunidad de actuar, crecer y mejorar, ya que hoy cuenta con un mapa inicial que sirve para poner “en orden la casa” y luego apuntalar la gestión de las distintas direcciones provinciales y convertirse en el interlocutor ideal a nivel nacional. Sin importar quién haya generado los insumos, cualquier autoridad puede impulsar los informes como propios y evidenciar que se quiere romper con el pasado en busca de un proyecto común.
Muchos son los beneficios al aplicar dichas propuestas, sin duda la principal es dotar de verdadera autonomía a una función del Estado como lo es la Judicial, ya que por falta de iniciativa y gestión, hoy se mantiene sometida a lo que imponen otras funciones del Estado en temas que bien podría resolver directamente el Consejo de la Judicatura, tema que también fue expuesto en sesión del pleno.
Si realizamos un análisis objetivo de la gestión de los representantes legales de la Función Judicial que me precedieron en el cargo, encontraremos que la radiografía arroja similar diagnóstico en cada caso, con una diferencia singular, ya que el análisis de las distintas gestiones evidencia un sistema dual -y en uno de ellos podemos hablar de un sistema estructurado y hasta orgánico-.
Haciendo un análisis sin nombres, podemos afirmar que han existido dos tipos de Direcciones Generales. Por un lado, están aquellas que trabajaron hombro a hombro con los vocales que representaron la mayoría del Pleno, sin importar que tengan o no la Presidencia entre esos vocales, mecanismo con el que la mayoría “orgánica” aseguró la conocida “Presidencia Paralela”, y cuya consecuencia es que sus Directores Generales tienen expedientes en la CGE o FGE, debiendo asumir como representantes legales las consecuencias por no saber decir no a las sugerencias (léase imposiciones) de dicha mayoría. También hay aquel Director que, aprendiendo de la experiencia de sus predecesores, por simple coherencia, o quizás por respetar la Ley No. 5 de las Leyes del Poder de las que hablan Robert Greene y Joost Elffers, que sentencia que la imagen lo es todo, decidió no claudicar ante situaciones que llamarían la atención de cualquier estudiante de Derecho y ha preferido correr traslado al Auditor Interno de la institución y, en otros casos, solicitar examen especial al Contralor General del Estado.
No podemos desconocer que la justicia está en crisis y quien no lo vea no tiene un problema visual, sino mayor. Es demencial defender lo contrario. Y es que la postura de la ciudadanía encierra una visión frágil y cruel de la estructura judicial, que posiblemente no sea del agrado de quienes la componen, pero hoy es necesario desvestir su labor para terminar de una vez y para siempre con las hipocresías y quiméricas disertaciones.
Olvidándonos de la mayoría orgánica y Directores Generales consecuentes o no, al parecer pocos se niegan a admitir que el sistema de justicia está en crisis, a lo que hay que agregar que algunos judiciales tienen la arrogante actitud de simular que “aquí no pasa nada”, cuando resulta vital la autocrítica de la inmensa mayoría de sus integrantes. Es entendible que la sociedad no tenga ningún tipo de credibilidad en el sistema judicial, sobre todo cuando los encargados de defenderlo, miran hacia otro lado a la hora de evaluar la conducta de uno de sus pares. Guste o no, los judiciales deben auto depurarse.
La ciudadanía se queja de que el sistema nos impone escenas que deberían aborrecer a todos, incluyendo a los familiares de los mismos operadores de justicia. Sin entrar al análisis de los responsables, no cabe duda de que es hora de poner las cartas sobre la mesa, derribar viejos mitos y modalidades funestas de trabajo, quitarse la máscara y reconocer el fiasco de algunas políticas inclusive no escritas en su mayoría (diferenciándola de las reglas no escritas que existe, por ejemplo, en la política estadounidense, que son como un Credo que impone respeto, tema ampliamente desarrollado por Daniel Ziblatt y Steven Levitsky en Cómo mueren las democracias), y así comenzar a trazar rutas a seguir que, pudiendo ser menos presuntuosas, pueden ser más efectivas para poner otra vez el servicio de justicia en marcha, porque hoy no camina y si lo hace es por inercia o esfuerzos aislados.
La ciudadanía no ve con buenos ojos cómo autoridades defienden la gestión realizada a favor del sector, sea con presentaciones en PowerPoint, mejoras de indicadores y de producción, modelos de gestión, creación de unidades judiciales, designación de jueces, capacitaciones a servidores, o implementación de “nuevas” herramientas, etc. Para esos ciudadanos con sensación de impotencia, poco o nada significan más acciones de lo mismo, ya que esas decisiones son las que los mantienen con esa impresión de que vivimos “en tierra de nadie”; pero, sin embargo, los informes e indicadores de gestión de los distintos actores del sistema de justicia, dicen que nuestra república no tiene igual ni en las frías teorías griegas, cuando la sensación es que somos un Estado de papel.
Todos requieren una justicia que marche para conservar el orden social. Si no ponemos un punto final a esta situación, si no tomamos conciencia de la importancia del buen funcionamiento de la Función Judicial como institución y no hacemos algo para que esto cambie, corremos el riesgo de terminar como en la época de la Revolución Francesa, donde en su nombre se cometieron las peores atrocidades.
Desde una mirada más benévola e ingenua, tal vez, podríamos afirmar que la justicia parece estar ciega, detenida y hasta por momentos ajena a la realidad que viven día a día los ciudadanos. Existe la sensación de que la justicia no actúa, no interviene y que no existe una respuesta del Estado frente a una conducta ilegal.
No podemos tapar el sol con un dedo, ni ocultarlo con gritos y menos con votos en un pleno, ya que la realidad será la misma si no se toman medidas. El problema existe, y gracias a ello, la oportunidad también. Todos o al menos la mayoría debemos comprender que los tiempos difíciles forman mejores personas, empresas o instituciones. Si bien pareciera que hace mucho perdimos el rumbo, no es menos cierto que para encontrar el camino al que estamos destinados primero teníamos que perdernos en él. Ya es suficiente el desvío que ha tenido el sistema de justicia. Si al menos consideramos que todo lo que pasamos es una preparación, pues es hora de ir por el camino correcto. De algo debe valer la experiencia.
Una premisa acorde a las circunstancias es que el cambio debe ser de todos y en todos hay un líder que explotar. No podemos seguir esperando que, por ejemplo, algún Director o la mayoría del pleno del CJ sean nuestros salvadores. Como la trinchera en el campo de batalla, cada servidor judicial debe defender el prestigio de su escritorio o sala de audiencia. Debemos recordar que los líderes auténticos siempre están mejorando y elevando el listón de la calidad de sus actos y la velocidad de sus movimientos. A los pesimistas les decimos que ninguna ocupación en el mundo es un callejón sin salida, lo que sí existe es el pensamiento sin salida (“estado de secuestro” que se aborda en temas de resiliencia).
El liderazgo que de todos los judiciales necesitamos, consiste en mantener una fe inquebrantable en un punto de vista y una confianza inamovible para provocar cambios positivos. Empecemos olvidando las críticas de terceros, ellos siempre existirán y aparecerán grandes opositores y mejores pesimistas. Se dice que los grandes espíritus siempre han encontrado una violenta oposición en las mentes mediocres. Por ello, debemos hacer nuestro trabajo tan bien como humanamente podamos. Seamos visionarios. Miremos el futuro desde donde la mayoría de la gente queda anclada al pasado. Empecemos por nuestro escritorio y metro cuadrado. Rompamos rutinas.
Tomando las palabras de Robin Sharma en el Líder que no tenía cargo, Como operador del sistema de justicia y con la mente puesta en el desarrollo y en la innovación, replantéate constantemente tus métodos de trabajo. Pregúntate siempre ¿cómo podría mejorar mi productividad? ¿cómo podría trabajar más deprisa? ¿cómo podría conseguir que mis usuarios estén satisfechos? Ponte siempre en el lugar del usuario. Levántate cada mañana y comprométete a hacer cada cosa mejor que el día anterior. Sin innovación la vida es muerte. Sueña a lo grande, pero empieza por lo pequeño. Esa es la clave. Los pequeños pasos con el tiempo producen grandes resultados. Y el fracaso, por otra parte, surge de pequeños actos de negligencia cotidiana que con el tiempo llevan al desastre. Si producimos esos pequeños avances y somos constantes, el éxito se producirá de manera automática, que será el resultado del efecto multiplicador. Lo firmo.
El expresidente Barack Obama en su libro Una Tierra Prometida, confiesa que le reconfortaba saber que había hecho lo mejor que había podido y que, por muchas carencias que hubiese tenido como presidente, por muchos proyectos que hubiese aspirado a llevar a cabo sin conseguirlo, el país estaba en una situación mejor que cuando asumió el cargo. Eso es trascender y dejar huella. La obra es una invitación a rehacer el mundo una vez más, y hacer realidad, a base de esfuerzo, determinación y una gran dosis de imaginación, un país que por fin refleje todo lo mejor que sus ciudadanos llevan dentro y eso es tarea de todos.
Hay un mensaje que compartía en mi época de Director de Posgrados de la UEES. Procuraba transmitirles a los futuros maestros del Derecho, que no tengan miedo de perseguir sus sueños y les contaba que, según estudio realizado en un hospital a personas adultas mayores, no es la muerte a lo que temen la mayoría, es llegar al final de sus vidas para darse cuenta que nunca vivieron realmente. A los consultados les pidieron que reflexionen sobre el mayor arrepentimiento que tenían. No se arrepentían de las cosas que habían hecho, sino de las que no hicieron, los riesgos que no tomaron, los sueños que no persiguieron. Intentando ser coherente con lo que transmitía a cada grupo de estudiantes, les comparto mi visión desde el interior del Consejo de la Judicatura y les digo que el cambio está en todos. Mañana podemos lamentarnos. Hoy debo intentar transmitirles a ustedes un mensaje que creemos es el correcto.
Debemos enfrentar al destino y asumir un rol protagónico como ciudadanos que tenemos claro que el mundo no cambia con la opinión, sino con el ejemplo. Por su parte, las autoridades deben saber que aquellos ciudadanos que anhelan un cambio reclaman coherencia entre discursos y acciones.El denominador común entre los operadores de justicia debería ser que la ciudadanía no los vea como verdugos, sino como sus salvadores.
Es por ello, que también debemos recordar que el ciudadano de un país, como el marinero del barco al que se refiere Aristóteles en La Política, es miembro de una asociación. A bordo, aunque cada cual tenga un empleo diferente, concurren con un fin común, que no es otro que la salvación de la tripulación, a lo que todos aspiran por igual. Los miembros de una sociedad se parecen exactamente a los marineros; no obstante, la diferencia de sus destinos, la prosperidad de la asociación es obra común, y la asociación en este caso se llama Estado. Para salvar el sistema de justicia ecuatoriano es importante que cada uno haga su esfuerzo y desde su metro cuadrado ejerza con vehemencia La lucha por el derecho como lo llama Rudolph Von Ihering.
¡Uds. deben empezar el cambio! Mientras pueda asumo mi metro cuadrado, cuento con que asumas el tuyo¡
Atentamente,
Director General del Consejo de la Judicatura
Buzón de sugerencias: heytel.moreno@funcionjudicial.gob.ec